a la memoria de un hombre que me observa
sin rostro alguno en el rincón de mi cuarto
cuando se va la luz.
Me he convertido en un epitafio:
en las letras de un nombre,
relamidas en la frente
para escupirlas a la visita
de la petite morte.
Cada noche me arrojo
desde el árbol más alto
a ahogarme en alguna laguna mental,
le pongo candado al sueño
para que no escape de mi cabeza
y enumero cada uno de tus deliciosos dientes
una y otra vez
al recordar tu sonrisa.
De los cubos
que se llaman letras
salen fotografías flotando como globos
a tocar la memoria del cielo
donde la Luna se revuelca como loca
en el lodo de la noche.
El papel se dobla cuando mi pluma la toca
y es la fiebre de un beso
la que mueve el universo
cuando mis labios retoca.
Me acompaña un almohadón
esculpe mi cabeza con su suave mosaico
de espirales marrones
y mi mano se vuelve una araña
que recorre mi rostro
cuando no me reconozco.
Soy un aroma de mujer amable
y me despierto dentro de un espejo
que abre sus venas
con la furia de mi puño.
© Ulises Casal
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